Un arlequín marchito trepa la pared
para escaparse de tu vientre,
el sol muerde el día y
veo que los mismos ojos, que ahora
llevo en los pies, quieren seguir cayendo
cuando las rodillas se tuercen de lado
Se quiebra la voz de un espanto que empuja
a soplos el delirio en lo alto,
donde no interesa una lágrima terrestre y pesada
que rasga la cara y es veneno de ausencia
una ausencia que descansa la cabeza en un puño
desgastado por el aliento frío de un fantasma negro
Se esconden las estrellas y me asalta una luna que atemoriza
las últimas gotas de luz que podrían salvarme
Era demasiado tarde.
miércoles, 9 de enero de 2008
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